martes, 8 de diciembre de 2009

CAUDILLOS EN HISPANOAMÉRICA

CAUDILLOS EN HISPANOAMÉRICA
1800-1850
(Síntesis de la obra de John Lynch)

El caudillismo es el liderazgo político, generalmente basado en el prestigio personal con rasgos autoritarios.

En Hispanoamérica, este sistema de liderazgo es tradicional e incluso cultural, surgido con los procesos de lucha independistas para librarse del yugo español. Posteriormente se consolida con el nacimiento de la República.

John Lynch, nos señala tres rasgos básicos del caudillismo originario: “Una base económica, una implantación social y un proyecto político” (Pág. 150).

En cuanto a su estructuración plantea que seguía el esquema terrateniente-campesino; es decir de obediencia y lealtad al terrateniente. Líder y terrateniente, padrino y patrón, el caudillo podía entonces arriesgarse a conseguir poder político, casi en todos los casos obligando a los campesinos a seguirlos.

Los caudillos locales y nacionales diferían unos de otros por el grado de poder que poseían, antes que por el papel que desempeñaban.

Algunos historiadores distinguen diversas clases de caudillos y denominan “cacique” al caudillo local. “cacique” es una palabra arawak cuyo significado corresponde a “jefe”. Los españoles introdujeron esta expresión en México y Perú y lo utilizaron para designar a un jefe indio cuyos poderes fueran de carácter hereditario, incorporado al sistema autoritario español.

Así los caciques tienen una mentalidad rural y los caudillos una mentalidad urbana.

El caudillismo fue una primera fase de la dictadura y en determinadas circunstancias resultan intercambiables. Cuando el caudillo emergió desde el ámbito local a la historia nacional, cambió el poncho por el uniforme y la estancia por el palacio, y podía ser contemplado como un ser autónomo y absoluto.

En Hispanoamérica colonial, el gran aparato estatal generaba un liderazgo de naturaleza dual: el liderazgo de los propietarios y el liderazgo de los desposeídos. Los desposeídos buscaban líderes y formaban bandas para defender y mejorar su subsistencia; en respuesta los propietarios organizaban también lo suyo para aniquilar a los disidentes.

Los funcionarios del último período colonial, en Argentina por ejemplo, no distinguía entre gauchos buenos y malos, sino que los consideraban a todos ellos como vagos y ladrones, mientras que los propios gauchos se consideraban como hacedores de libertad y creían en la propiedad comunitaria del ganado. En Venezuela, la ocupación de los llanos siguió un camino diferente, aunque con un destino similar. Sus jefes eran efectivamente líderes de bandas criminales que tenían su origen en el llanero, continuaba con el cuatrero, el bandido y una secuencia que bien podría conducir a la figura del guerrillero.

En México, al menos en los que respecta a las regiones del centro, tenían un número mayor de instituciones y funcionarios que Argentina o Venezuela, y normalmente el estado colonial funcionaba como un poderoso mecanismo disuasor que contribuía a mantener el orden.

Por otro lado, el poder colonial siempre permitía a los hacendados de cualquier país ejercer una justicia de carácter privado. El patrón se convirtió en cacique y ejerció el poder de intermediario entre sus propios dominios y el mundo exterior. Sin embargo, en el norte del Perú, la existencia de la clientela constituía un signo de debilidad antes que de poder: Los propietarios utilizaban una influencia de carácter patriarcal y política para indemnizar por los posibles fracasos económicos.

Pocos lugares en el mundo hispano estuvieron a salvo del bandidaje, producto del empobrecimiento de unos y el enriquecimiento de otros. El bandidaje social no tenía ideología y miraba en dirección al pasado y no en busca de un proyecto revolucionario. Los gauchos por ejemplo intentaban rescatar las costumbres tradicionales. En los llanos de Venezuela, el robo del ganado, el pillaje y otras formas de conflicto, fueron una forma de vida para el llanero.

Cuando en 1808, la invasión francesa de España cortó los lazos de unión de la metrópoli de sus colonias, generó una crisis de autoridad, el panorama político se modificó. El Estado colonial se derrumbó, compitiendo los diferentes grupos sociales entre sí para llenar el vacío que se había producido. Para competir y ejercer su autoridad en tales circunstancias un soldado tenía que ser un político y los políticos tenían que controlar a los soldados. Al tiempo que una lucha por la independencia, estas guerras se convirtieron en una competición por el control del poder. El caudillo entonces fue un vástago de la guerra y un producto de la independencia.

La revolución que se produjo en Buenos aires en Mayo de 1810 fue un movimiento civil con una base militar. Los nuevos líderes eran revolucionarios profesionales, un político profesional como Bernardino Rivadavia y oficiales de carrera como San Martín, que transformaron la revolución en un negocio, hecho que no era popular entre las élites regionales, cuyos intereses políticos, sociales y económicos a menudo diferían de los de la capital, produciendo una gama de caudillos que colaboraban con la revolución pero también se dedicaban al saqueo. Su ventaja era que se autofinanciaban, por ello Lynch dice que el caudillaje era una forma barata de hacer la guerra. Algunos que empezaban modestamente acabaron convirtiéndose en poderosos terratenientes de la República.

Los caudillos de Argentina exigían autonomía más que secesión; en Uruguay los líderes criollos intentaban liberarse de Buenos Aires tanto como de España, porque veían nueva situación de dependencia, su principal exponente fue José Gervasio Artigas, un caudillo gaucho que nació en Montevideo en el seno de una familia terrateniente y militar, y comenzó como líder de una banda de ladrones de ganado, en 1811 se unió al Movimiento independista de Buenos Aires, se convirtió en un importante caudillo nacional y político de Argentina Y Uruguay.

La revolución de mayo pasó al Alto Perú, por ser productor de plata y una zona estratégica para la contrainsurgencia: Las guerrillas del Alto Perú, los montoneros de la sierra y los llanos, constituyeron de forma espontánea bandas que se mantenían unidas más por la lealtad personal hacia un caudillo con muchas probabilidades de éxito que por la disciplina militar. Esta lucha caudillista allanó la llegada de los “libertadores” con mayor facilidad. Los montoneros del Perú Central jugaron por ejemplo un papel importante para la independencia.

La guerra de Venezuela fue más larga, más dura y más sangrienta que en Argentina. Los caudillos de los llanos estaban más comprometidos con el enemigo, al principio se enfrentaron luego cedieron ante los objetivos militares de Bolívar.

El campo mexicano, al igual que el venezolano, era una zona de poder terrateniente y de protesta encarnada en el bandidaje, mucha competencia por el control del liderazgo. Los rebeldes de México habrían continuado siendo bandidos si no hubieran sido movilizados por líderes excepcionales que no conseguían el apoyo desde sus bienes personales, sino a partir de las bases de poder a las que tenían acceso gracias a su posición especial y su prestigio. México fue cuna de dos grandes curas-caudillos y numerosos clérigos que se convirtieron en guerreros: Miguel Iglesias cura de Dolores, cuando entró a Guadalajara victorioso, fue recibido como un rey. Su continuador el obispo José María Morelos, se convirtió en el primer jefe de la nación.

Finalmente dice Lynch, la guerra de la independencia en Hispanoamérica no la ganaron los caudillos ni la guerrilla, sino los ejércitos regulares, pero benefició a los caudillos y dibujó más claramente su perfil, los convirtió en héroes militares.

Terminada la guerra de la independencia, Hispanoamérica se condujo gubernamentalmente en forma dual, por un lado el constitucionalismo y por el otro el caudillismo. Dichos sistemas no se excluían necesariamente. Un caudillo podía gobernar al amparo de la constitución como no también. Los hombres de Estado tales como Bolívar, Santander, San Martín y Rivadavia no fueron caudillos, se trataba de políticos profesionales que preferían los ejércitos regulares que a las bandas armadas, en cambio los caudillos tenían en su mayoría un gran vacío cultural y por tanto carecían de una visión del cambio político y el progreso constitucional.

La historia caudillar de cada nación tiene sus propias peculiaridades: Argentina fue gobernada por un puñado de caudillos, en parte de carácter civil y en parte militar. En la mayor parte de las provincias, todo aquel que intentaba gobernar constitucionalmente estaba abocado al fracaso debido al personalismo existente.

En Venezuela, después de la guerra, Bolívar trató de separar el poder político y poder militar, no lo consiguió. Si debía organizarse de forma pacífica, tenía que satisfacer y escoger buenos caudillos. Así lo Hizo, otorgó cargos regionales y les proporcionó tierras. El 16 de julio de 1821, el Libertador promulgó un decreto que institucionalizó eficazmente el caudillismo.

En México, la independencia lo proclamó un comandante realista, Agustín de Iturbide, quien en 1822 persuadió a la élite criolla, la iglesia y los militares, para que le aceptaran como “emperador constitucional”. Iturbide tenía todas las características de un caudillo: Era terrateniente, soldado, tenía un carácter personalista y empleaba el patronazgo. Pero México era más turbulento, los debates eran más intensos y la competencia por el poder era más dura, un caudillo difícilmente podía encontrar su espacio político, como lo conseguían en Argentina o Venezuela. Tanto en México como en Perú sus ejércitos eran aparatos militares heredados de España. Sus mandos eran criollos que habían hecho la carrera militar.

Todas estas contradicciones, generaron los conflictos de nacionalidad que ya conocemos, no se pudo estructurar un estado nación auténtico y autónomo. Los caudillos protegían celosamente sus recursos nacionales, tierra y cargos, era su poder. No les interesaba la nación ni el nacionalismo. El sistema perpetuaba el personalismo y retrasaba el proceso de construcción del Estado. Lo que indudablemente no permitió la acumulación de capital nacional, hecho que posibilitó grandemente la penetración económica imperialista extranjera primero inglés luego estadounidense, que subyugaron nuestras economías, preservando el sistema imperante paralelo al desarrollo del capitalismo.

En Síntesis: Los caudillos han pasado a la historia como instrumentos de la división, destructores del orden y enemigos tanto de la sociedad como de ellos mismos.

El dominio de los caudillos paso de ser local a ganar una dimensión nacional y, también a este nivel el poder supremo era personal, no institucional.

El caudillo pronto se adoptó a la sociedad civil y se convirtió en representante de la clase dominante. En algunos casos de una amplia red de influencias de carácter familiar que se apoyaba en las haciendas regionales. A escala nacional surgió el caudillo benefactor que atraían a su clientela política mediante promesas cuando llegaran al poder. Simplemente florida retórica que nunca han cumplido y que dura hasta la actualidad.

En argentina, los caudillos gobernaban dictatorialmente, sin constitución. En Venezuela aparentaba más constitucionalidad y no militar, más organización del Estado con una burocracia más o menos eficiente. En México, había más anarquía social, se instauró un caudillismo más popular y de servicio los más necesitados con el Cura Hidalgo a la cabeza.

Argentina, Venezuela y México, cada uno a su manera demostraron el mismo hecho: la anarquía de guerra, las expectativas de la paz, los desordenes populares, la llamada de socorro al caudillo protector y el consiguiente estado-caudillo, principalmente en Argentina y Venezuela: En México, el bandidaje rural y la rebelión crearon más anarquía que asustó e indignó a la élite mexicana. En otras partes de Hispanoamérica el paso de la anarquía a la seguridad no siguió este modelo necesariamente, los sectores dominantes podían imponer una constitución autoritaria, caso Chile por ejemplo, Colombia y Perú.

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